Rosas crecen en todas partes,
cada una con sus peculiaridades.
Las plantas y las riegas cuando son pequeñas,
las cuidas y educas cuando van creciendo,
y ya maduras y adultas cuando llega la primavera suelen lucir radiantes y hermosas.
Pero a toda tranquilidad siempre le llega su fin.
Pues ninguna a las rosas les explico,
que aquel, que las planto y cuido,
que las educo y abrigo,
con mano tosca y duro corazón las arrancarían del lecho sin compasión.
Y ahora van muriéndose de pena y con cada lágrima,
triste y solitaria,
desean y se imaginan un sitio mejor,
ya que cuando el corazón más feliz del mundo abre los ojos al exterior,
el dolor lo mata despacio,
sufriendo durante cada minuto y segundo de su vida.
Ante esto, para muchas de ellas quedarse ciega es lo mejor ya que
“ojos que no ven, corazón que no siente”.
Rosas radiantes y hermosas,
ahora mueren marchitas por la pena,
pues aquel que creían su padre las deshojo y su apreciada inocencia quitó.
Van llorando sangre, marchitas y deshojadas por las calles.

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